lunes, 23 de mayo de 2016

Un tanque de aislamiento y yo adentro

La teoría dice que si una persona es situada en un medio en el que no tiene sensaciones de ningún tipo, ni siquiera las que le dan información acerca de la existencia y posición de su cuerpo, comenzará a crear imágenes extrañas, sonidos irreales y, en general, sensaciones diversas para compensar la ausencia de estímulos. Para probar esta teoría fueron creados los aparatos de privación sensorial.

Los experimentos con dispositivos de privación sensorial  comenzaron, aproximadamente, en la década de 1950. Entonces algunos científicos querían saber cómo reaccionaría el cerebro, y, en últimas, las personas, al ser retirados todos los estímulos externos. Los sujetos que aceptaban ser sometidos a estos experimentos usaban gafas y guantes extraños, además de estar acostados en camas que no dejaban mucho para hacer pero sí mucho para imaginar. Con el tiempo el diseño de los ambientes dedicados a explorar la privación sensorial cambió. Hoy existen técnicas y espacios más acogedores que permiten a investigadores, y curiosos como yo, explorar la reacción del cerebro o mejor, de la mente frente a entornos inusualmente calmos.

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Ayer, como parte de mi exploración de los estados intermedios entre la vigilia y el sueño, asistí a una sesión en un tanque de aislamiento. Aunque no estaba dentro de mis planes no podía dejar pasar la oportunidad estando tan cerca de uno de ellos.

En Graz, Austria, en el Museo de la Percepción (MUWA) está uno de los modelos llamados Samadhi. Se trata de un tanque en forma de huevo que es llenado con agua y una concentración de sulfato de magnesio lo suficientemente alta para poder flotar sin hundirse. Algunos, como yo, sabrán de aparatos como este por algún episodio de Los Simpsons; yo no sólo lo sabía por la serie de televisión sino por la lectura del libro El sueño lúcido de Guillermo Pérez. Recuerdo que en él se menciona cómo personas que han usado con frecuencia tanques de aislamiento, nombre que ahora reciben para desmarcarse de las connotaciones negativas de la palabra privación, experimentan alucinaciones.

Teniendo en cuenta mi experiencia observando alucinaciones hipnagógicas e hipnopómpicas, mi propósito era relajarme tanto como fuera posible en una situación bastante novedosa para ver qué ocurría.

El lugar al que llegué estaba inmaculado. Las paredes tenían un tono entre azul y verde y todo estaba dispuesto para la experiencia. Después de recibir las instrucciones necesarias para usar el tanque por primera vez, comencé con el ritual. Tomé una ducha antes de entrar al tanque y me metí tan rápido como pude para aprovechar cada minuto.

La chica encargada de recibirme me había advertido que el vapor del agua podía ser incómodo, por lo que me recomendó mantener seca una toalla que queda colgando dentro del tanque, así podría secarme la cara y evitar alguna irritación.

En la mañana había meditado un poco, igual que los días anteriores. Quería llegar a la experiencia tan lista y tan libre de prejuicios como fuera posible. Ya sabía que desde adentro se podía apagar y encender una luz, que si me sentía asustada esta chica me oiría en la recepción, por eso me animé a cerrar la tapa y a apagar la luz para descubrir qué podría sentir en esa situación.

Lo primero que noté fue que la oscuridad me gustó. No recuerdo si antes o después busqué los tapones para los oídos que me habían dado para evitar que el agua se metiera. De verdad fueron muy útiles, así no tuve que preocuparme por hacer volteretas o maniobras para evitar la incomodidad.

Estuve durante unos minutos ahí, tratando de oír mi respiración, sin embargo sentía tensión en el cuello y no lograba relajarme del todo. Creo que esto tuvo que ver con el hecho de que no estoy acostumbrada a acostarme boca arriba sin una almohada y a que, después de todo, era mi primera vez en una situación nueva y desconocida.

Minutos más tarde comenzó la irritación en uno de mis ojos. Si bien tuve cuidado para evitar que el agua entrara en ellos el vapor hizo insoportable el estar ahí con la tapa cerrada. Torpemente encontré el botón que encendía la luz, me incorporé para empujar la tapa hacia arriba y el aire fresco, mas no frío, entró. Volví a tenderme boca arriba, intentando relajarme de nuevo. Lo logré. En cierto punto estaba en duermevela y recuerdo las alucinaciones que tuve. La silueta de una bruja en bicicleta se recortaba por la esquina superior izquierda de mi campo visual, luego, otra bruja, o quizás la misma, andaba en un monociclo sobre un anillo hecho de cristal tallado. Ambas imágenes son creaciones espontáneas hechas a partir de recuerdos de días pasados. La silueta de una bruja aparece en un folleto turístico que recogí hace días y los anillos de cristal tallado los vi en el Museo Pérgamo de Berlín hace un par de semanas.

Seguí relajada pero consciente. No había perdido la sensación de mi cuerpo. Por momentos sentía las sacudidas típicas del adormecimiento, las llamadas mioclonías, la tensión en mi cuello seguía ahí pero era más leve. Por ratos sentí frío, pensé en incorporarme de nuevo para cerrar la tapa otra vez pero si así lo hubiese hecho habría tenido que perder esa calma bonita que estaba experimentando. El agua, aunque tibia y constante, sólo está a 35°C para simular la temperatura de la piel por eso debía concentrarme en mi respiración y en los sonidos de mi corazón para no perder el centro, algo que es relativamente fácil cuando se tiene experiencia meditando.

La salida del estado fue un poco brusca. Quizás porque tengo un sentido del paso del tiempo bastante acertado y estaba alerta o porque estaba hipersensible, noté de inmediato el parpadeo de la luz que avisaba que el tiempo se había acabado. Lo cierto es que moví demasiado rápido la cabeza y un poco de agua cayó en el ojo que ya tenía irritado. Así no necesité un momento más largo para “volver a la realidad”. Salí del tanque sintiendo la piel resbalosa, algo que ya me había advertido la chica, y fui a ducharme otra vez.

Otra cosa que también me sorprendió de mi experiencia dentro del tanque es que la oscuridad no es total. Una vez mis ojos se acostumbraron al ambiente pude notar unas luces azulosas en el perímetro del fondo, una razón más para no tener miedo ni vivir un ataque de pánico.

Al salir, como era de esperarse, mi guía me preguntó si había sido lo que había esperado y le dije la verdad: fue interesante y lo haría de nuevo. A pesar de que intenté no tener expectativas llegué con ellas. Imaginé que esto sería más espectacular e intenso, que en la noche tendría problemas para dormir o algo así, incluso temí que almorzar de forma veloz antes de llegar al museo interferiría de algún modo con la experiencia, pero no fue así. Anoche dormí divinamente, recordé pocos sueños, comparados con los contenidos que he recordado los días anteriores, pero nada más. Creo que esperaba o temía que me afectara en demasía, algo así como lo que temí antes de ver la película La Montaña Sagrada dirigida por Alejandro Jodorowsky, temor que luego tampoco se vio confirmado.
Si hubo un efecto secundario creo que sólo lo noté hoy, mientras tomaba una siesta.

En muy pocas ocasiones soy capaz de dormir estando acostada boca arriba. Así esté a punto de dejarme caer en las profundidades del sueño, el cuerpo me pide otra posición y yo usualmente se la doy, por eso esta siesta comenzó de un modo extraño.

En cierto punto noté que estaba roncando y que estaba durmiendo bocarriba, algo realmente curioso porque cuando ronco suelo darme cuenta de inmediato: el ruido me despierta y me avisa que debo cambiar de posición para estar más cómoda, pero esta vez claramente no fue así. Hoy seguí roncando y durmiendo, o casi. El ruido me llevó a un nivel de consciencia nuevo. Sabía que no estaba despierta, pero tampoco estaba dormida. Oía mi respiración complicada pero tampoco venía del lugar donde debería. No se trató de una experiencia extra-corporal, al menos no me lo pareció, sin embargo sentía que los ronquidos no se originaban en la nariz ni en la garganta sino en un punto  entre mi pie y mi rodilla derecha. Tendría que haber estado fuera de la habitación donde dormía para poder sentir que el ruido venía de ese lugar, porque la cabecera de la cama está contra la pared, pero en ningún momento me sentí así. A pesar de todas las camas y las geografías que he recorrido en éstos días nunca he perdido la consciencia del lugar, siempre sé dónde y en qué cama estoy.

(Miércoles, 28 de abril de 2016)

***

Hace un par de semanas que he vuelto a Bogotá y ahora puedo ver la experiencia de otro modo, con otro trasfondo cultural.

Hace unos días escuchaba un programa de radio en el que hablaban del chamanismo en el departamento de Putumayo, de las tomas de yagé y hasta de mitología nórdica. Contenidos iluminados con los que se encuentra uno cada tanto, historias que confirman que por donde uno va, es. El punto es que a partir de la información que daban en ese espacio recordé a uno de mis amigos austríacos. Él, como muchos europeos, ha oído hablar mucho de las tomas de yagé y por supuesto quiere asistir a una. Yo, después de oír lo que decía el taita Fínguia, le transmití el mensaje del indígena: medita, medita antes de vivir la experiencia, si es que está en tu camino.

Supongo que la cámara de aislamiento fue para mí lo que una toma de yagé es para los norteamericanos o los europeos: una novedad psicodélica de la que no se sabe qué esperar o de la que se espera mucho.

Hasta hace unos días cuando contaba qué había experimentado en el tanque respondía que había hecho trampa, que había meditado antes para llegar limpia pero ahora siento que estaba usando las palabras equivocadas o que, al menos, lo estaba viendo de un modo equivocado.

Meditar es justamente lo que hay que hacer antes de vivir una experiencia nueva que se sospecha será intensa. Meditar, como lo dijeran en un encuentro de budismo zen al que asistí hace un par de meses, es una práctica que te da un espacio de contención, una estructura que te sostiene cuando las cosas no salen como esperas, una presencia que te abraza cuando te encuentras con tu esencia verdadera. Esto fue justamente lo que me pasó a mí.

Mi paso por el tanque de aislamiento no fue una experiencia espectacular, colorida e inolvidable, fue una prueba más de que todo está en la mente, de que el lienzo adquiere el color que el pintor le da con sus intenciones, miedos, ansiedades y expectativas. La meditación me ayudó a sacar provecho de un ambiente que, por ser oscuro y a prueba de sonido, propicia la calma y el encuentro con el silencio interior que en esos momentos, cuando los estímulos se retiran, muestra lo que se es, lo que no y lo que hace falta para fluir de un modo continuo.

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