Una sombra oscura, vaga, aferrada a la pared, silenciosa, segura de que el horror se hará sonido a través de la voz ahogada de su ¿víctima?
Figuras vestidas con sotana, seres de altura descomunal y pesos invisibles que se hunden en la cama son algunas de las señales que se presentan en los relatos que recibo de los soñadores que comparten conmigo sus experiencias oníricas.
"Para ti esto no debe ser extraño" o "necesito tu asesoría" son frases que intercalan antes de contarme lo que les inquieta y hasta les aterra, como le ocurrió hace poco y hace no tanto a una amiga que me pidió me refiriera a ella como Rosa de los Vientos.
Hace aproximadamente un año y medio Rosa dormía, como cualquier otra madrugada, cuando en medio de un estado hipnopómpico vio una sombra que se le acercaba, con barriga y de apariencia masculina, deslizándose, pegada a la pared. Intentó gritar, como es natural, pero la parálisis que acompaña a los sueños paradójicos y complejos sólo le dejó emitir un sonido gutural que alertó a su pareja, y lo impulsó a tranquilizarla.
Escuché su relato atentamente, incluida su preocupación por la posibilidad de que fuera un aviso de la muerte de alguien, sin embargo ninguno de sus seres queridos murió en los meses siguientes. La sombra iba a hacerla esperar mucho más antes de revelar su identidad y su mensaje.
Algo más de un año y medio después de la primera experiencia, Rosa de los Vientos dormía mal por la gripa que padecía. En un momento de la madrugada soñó que soñaba, luego despertó, pero no en esta realidad sino en otra. Algo, una presencia, una voz, un ente le hizo ver que estaba soñando y la consciencia le alcanzó para notar que un objeto apretaba uno de los costados de su cabeza. Era oscuro y con forma de pie regordete, ella, más decidida que asustada, intentó quitárselo de encima para poder respirar mejor, pues se dio cuenta de que las dos sensaciones estaban conectadas. El pie se resistió pero Rosa insistió. Le dio un pellizco que provocó el efecto buscado. El pie se retiró de su cabeza, su respiración empezó a normalizarse y la presencia, que parecía monitorear toda la escena, le indicó que esa sombra oscura que había visto antes, en el primer episodio, era la lámpara que está junto a su cama que, transformada por los estados liminales de la consciencia, adoptó la apariencia de una sombra viva.
Terminada la explicación, Rosa de los Vientos se despertó en esta realidad, tranquila, aliviada. Había acabado de recibir la segunda parte de una lección puntual: en el mundo onírico también acechan los peligros y de los soñadores depende encararlos, defenderse o permitirles que tomen la energía que quieran cuando quieran, como en un buffet sin restricciones.
Rosa ahora se siente más fuerte, con más control. Ahora entiende, gracias a estas experiencias porque es importante completar procedimientos de cierre energético antes de dormir. Ya sabe que esas presencias y esos mundos de los que tanto le he hablado frente a cappuccinos descafeinados y tortas de amapola no son ficciones mías sino dimensiones que visito con alguna frecuencia.
Si tú no has experimentado nada parecido también percibirás esta historia como producto de mi imaginación pero si alguna vez tienes la suerte de sentirlo con tu ser, volverás aquí para recordar que allá afuera hay seres capaces de acoger con respeto tu relato y que, si les pides de un modo apropiado, pueden indicarte qué hacer con esta habilidad. El camino que elijas al final será, como siempre, asunto tuyo.