jueves, 4 de febrero de 2016

Sueños pre-lúcidos

“Debo estar soñando”, “déjame contarte lo que soñé el otro día” o “te juro que tuve un sueño lúcido” son frases que dichas dentro de un sueño anuncian que la posibilidad de despertar dentro de él está cerca.

Diferenciar un sueño cotidiano de uno lúcido es fácil, lo que no es tan sencillo es reconocer el camino que lleva del primero al segundo. En el sueño lúcido despiertas en el mundo onírico pero sin abrir los ojos en la vigilia, o sea que sigues durmiendo en tu cama. En el sueño cotidiano, en cambio, vives cómodamente en tu casa pero nunca llegas a preguntarte por qué para ir de un nivel a otro tienes que arrastrarte por las escaleras. Entonces ¿qué pasa con los estados intermedios?

Quienes aspiramos a ser onironautas hacemos ejercicios para lograr la anhelada lucidez sabiendo que es un estado que se alcanza gradualmente y no con un estallido espectacular. Y esto lo sabemos no porque tengamos poderes mágicos sino porque hemos dedicado tiempo a desarrollar nuestra atención.

Parte del entrenamiento para ensoñar consiste en llevar un nocturnario o un diario clásico en el que se apuntan recuerdos oníricos, hechos sobresalientes, reflexiones y análisis. Esta costumbre, con todo y su inevitable subjetividad, te prepara para detectar cambios delicados en tu rutina, diaria y nocturna, que te muestran avances y retrocesos respecto a tu objetivo. Si no procedes de esta forma es mucho más difícil saber si lo que haces, en un sentido o en otro, tiene efecto. Otra ventaja de llevar registros de este tipo es que te ayudan a comprobar que los sueños lúcidos no son una consecuencia fortuita de la huída de un monstruo o de una bruja. Con el paso de las páginas escritas descubres que puedes influir en más situaciones y eventos de los que imaginas.

Yo, después de haber tenido un sueño lúcido espontáneo, releí mis diarios personales buscando señales, destellos de lucidez y los encontré. Descubrí instantes en los que sospechaba, sentía o decía que estaba soñando. Justamente por ser chispazos en medio de sueños muy detallados, en su día no llamaron mi atención, pero cuando volví la mirada atenta hacia ellos me mostraron un camino. Ese sueño lúcido que pensé había tenido casi de la nada, con pocos preámbulos y sin buscarlo, no era, como creí en un principio, una etapa alcanzada de forma mágica y automática. Antes de llegar allí tuve que recorrer varios peldaños, a veces hacia arriba, a veces hacia abajo, hasta que estuve lista para disfrutar y reconocer la experiencia. A esos peldaños, a las etapas previas al despertar onírico se le pueden llamar sueños pre - lúcidos y se presentan de modos muy variados.

Otros ejemplos de sueños pre – lúcidos son: percibir lucidez seguida por la disolución del sueño y percibir lucidez seguida de un sueño común. El segundo tipo suele ser notado después de despertar y registrarlo, preferiblemente a mano, pues esta acción ayuda a tomar distancia del fenómeno y a sentir la novedad (he aquí otra razón para no dejar de lado la tarea de llevar un nocturnario). Sea cual fuere el caso, en estas experiencias el soñador sospecha, dentro o fuera del sueño, que ha soñado.

Algunas personas sienten frustración al recordar que dentro de un viaje nocturno hablaron de sueños pasados, dijeron frases como “pero si esto es un sueño” o señalaron una situación extraña que, a las claras, no podía darse en la vida despierta, sin embargo en estos casos lo mejor es evitar desanimarse. Aunque es incómodo descubrir que el objetivo tan anhelado estuvo en la punta de los dedos, abandonar el entrenamiento para ensoñar en este punto equivale a tirar a la basura, en el preciso momento en el que las semillas de lucidez empiezan a germinar, el tiempo invertido en ello.

A los sueños  pre – lucidos hay que reconocerlos, por lo tanto, como avances y no como tropiezos en una práctica que plantea más preguntas que respuestas.